Capítulo 2: Una mancha de cabrones

 

cap2. Te pareces a élZv era, en el sentido estricto de la palabra, óptimo. Zv es la línea recta que une los puntos A y B. Sin embargo, cuando une los puntos A y C nunca sabes si debajo de esa gruesa línea llegó a estar alguna vez el punto B.
O lo que quede de él.

Zv respetaba todas las normas de tráfico. Siempre.
Sin embargo él te hacía creer lo contrario. La rapidez del giro de volante disimulaba que ya había encendido el intermitente; el volumen de la música era proporcional a la atención que dedicaba a su alrededor; o el aparcar encima de la acera, en diagonal sobre el bordillo faltándole poco para meter el coche dentro del salón de la casa de mi madre te hacía creer que aparcaba mucho peor que tú.

Por todas esas cosas verlo conducir me ponía nervioso.

Y ahora sin Suricato a mi lado, aún más. Porque Suricato, siempre de copiloto, estaba tranquilo y pendiente de cambiar las canciones cada minuto, convencido de que la conducción de Zv era eficaz y eficiente.

Eso era porque Suricato también era óptimo estricto. Suricato era de los que une la línea A y C marcando el resto de folios de atrás y dejando marca en la mesa. Suricato era de los que si se equivocaba a lápiz, tachaba.

Suricato y Zv eran Batman y Robin los días impares y Robin y Batman los días pares.

Zv se bajó del coche y se quedó de pie agarrando la puerta.
-¿Como estas churra?

Ladeé la cabeza e intenté sonreír.
-Anda, sube que vamos a ir a la playa.

Dentro del coche, el primer sitio que que comprobaba Suricato era la guantera. Sacaba el altavoz bluetooth, buscaba en los cds y cambiaba de canción hasta que Zv le decía que dejase una entrera ya con sus muertos.
No hice nada de eso. El coche, por primera vez estaba en silencio.
-Te pareces a él.
-Eso me han dicho.

Puso la radio y arrancó el coche. Llevaba ya buen rato conduciendo como para que yo notase que estaba alternando la vista en la carretera con mirarme a mí y sonreír como un gilipollas.
-¿Que te pasa?
-Te pareces pero una jartá.

Me empezaba a poner nervioso.
-Mira a la carretera.
-Lo hago.

No lo hacía.
-¿Ese no era el pendiente que llevaba Suricato?
-Uno parecido. Lo tengo que llevar puesto siempre.
-¿Porqué? ¿Quien te lo dijo?
-Yo con treinta años.

Le conté toda la historia de la muerte de Suricato Capitán, porqué me parecía tanto a él ahora y qué se suponía que hacía el pendiente.

-¿Entonces mantiene sus genes a raya?
-Sí. Y me dijo que si me lo quitaba, que por lo menos lo tuviese cerca.

Empecé a cambiar las canciones sin dejarlas acabar. En vez de cagarse en mis muertos, o los de Suricato, Zv empezó a reír.

Porque ese comportamiento no era mío, era de Suricato. Resulta que además de su físico yo había asimilado sus tics. Me llevé la mano al pendiente respirando profundamente.

Zv lo notó y quiso ver que mas cosas se me habían pegado de Suricato. Y tenía un paquete en los asientos de atrás que era para mí.

Estaba envuelto.

Otro de los tics de Suricato era el efecto papel de regalo.

-Tengo ahí detrás una cosa para tí.

El efecto papel de regalo consistía en que mientras tuviese el envoltorio, el contenido era secundario. Para Suricato, los paquetes envueltos irradiaban magia.

Al ver que no reaccionaba, siguió insistiendo.
-Es de Suricato. Llegó hará como tres semanas. El pedido lo hizo en enero. Según él les tenía echado el ojo.
Impasible, eché un vistazo a la parte de atrás. Perecía una caja de zapatos envuelta dentro de una bolsa de plástico.
Zv, sin soltar el volante con una mano tanteó la parte de atrás hasta llegar a la bolsa y arrojármela a mi asiento.
-¡Que no muerde joé!

Efectivamente, era un regalo. Muy mal envuelto.

Venía con una pequeña nota. Era su letra. Él siempre escribía en mayúsculas. Lo leí en voz alta.

“Prometí a Zv que correría a su lado en la próxima carrera. Corre tu por mi. Sé lo que estás pensando: que no te gusta correr, que tienes asma y que tienes los pies planos, pero tranqui. Dentro de la caja tienes unos zapatos especiales y los nombres de las canciones que te tienes que poner para correr. Firmado: Suricato Capitán”
-¡Vamooo!- Zv empezó a tocar la bocina para celebrarlo-¿Entonces te apuntas o qué?
-Supongo que sí.
Abrí la caja por donde pude (Suricato cuando envolvía un regalo solía poner papel celo de manera bastante aleatoria). Cuando abrí la caja comprobé que el muy cabrito me había buscado unas Adidas bastante chulas.
-Ahora me las enseñas que estoy conduciendo. ¿Teníais el mismo pie o qué?
-Eso parece.

Empecé a leer la hoja con la lista de canciones. Aquí su “buen gusto” coincidió menos con el mío. Mientras le iba diciendo a Zv las canciones en voz alta, los ojos se me fueron a la última canción.

Que no era una canción: “Los zapatos están pendientes de pagar, te los he cargado en la tarjeta”.

Llegamos a la playa.

Zv y Suricato eran optimos estrictos: una mancha de cabrones.

Les quería tela.


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